David vence a los amalecitas

Mientras no estaban, el enemigo se llevó todo

En el previo estudio, Saúl, más desesperado y malvado que nunca, visita a la adivina de Endor y le pide que invoque al espíritu del profeta Samuel de modo que pueda pedirle su consejo sobre la inminente batalla contra los filisteos. La adivina no lo invoca, sino Dios le envía el espíritu de Samuel quien le dice al rey que mañana mismo va a morir junto con sus hijos, y que Dios le entregará el reino a Su escogido, David. En este estudio, regresamos con David, quien está de regreso a Siclag en el territorio filisteo, muy aliviado por no tener que desenmascarar su engaño y luchar contra su anfitrión, Rey Aquis. Pero cuando él y sus valientes llegan, descubren que en su ausencia, los amalecitas habían invadido, quemaron todo, y se llevaron a todos.

Se quemaron tu casa y se llevaron a tus mujeres

Cuando la historia se abre, David y sus hombres, sin saber del ataque, viajaron por tres días de Afec, el campamento filisteo, a Siclag, la ciudad que el Rey Aquis le dio a David. Desde la distancia, vieron humo y las cenizas cayendo por el aire; David y su pequeño ejército comenzaron a correr hacia las llamas. Cuando llegaron a la entrada de la ciudad, miraron a su alrededor, y todo era caos. No sabían quién hubiera hecho esto, ¿eran los filisteos? No, todos estaban preparados para la guerra. El texto dice que los amalecitas habían invadido la región del Néguev. Como todos los guerreros acompañaron a David, fue fácil para los amalecitas secuestrar sin resistencia a las mujeres, los niños y los ancianos. Como toque final al secuestro, quemaron toda la ciudad, algo fácil por la tierra seca del desierto. Siclag todavía está en llamas cuando entran, y por la falta de agua, es casi imposible extinguir el fuego. El texto nos asegura que no habían matado a nadie, una señal divina; si no fuera por la presencia y protección de Dios, ¿Por qué no matarían a todos? Los amalecitas odiaban a los israelitas y no los querían en su territorio. Podemos imaginar la desesperación de los hombres al descubrir que secuestraron a sus esposas e hijos.

Llorando entre llamas y cenizas

El texto dice que David y todos los valientes lloraron y gritaron hasta que se quedaron sin fuerza. Se sentaron en la tierra, entre llamas y cenizas, desgarrándose la ropa, y chillando hasta desplomarse. No vieron a Dios en esta situación, pero Dios permitió que llevaran a sus familias y sus pertenencias. David también perdió a sus dos esposas, Ajinoán y Abigail. El texto dice que todos sus hombres estaban tan desesperados y furiosos por el secuestro de sus esposas e hijos que querían apedrear a David. ¿Cómo David tenía la culpa? Quizás parece extremo, pero en este momento, ellos no saben que sus mujeres e hijos todavía estén vivos. No saben si los llevaran y violaran a las mujeres, forzándolas a ser esclavas y si vendieran a sus hijos en esclavitud a otras naciones, o si los sacrificaran a unos de sus dioses como Baal. El texto dice que David se alarmó con el repentino llamado a apedrearlo, pero buscó al Señor y Él lo hizo recobrar fuerzas; probablemente le agradeció por protegerlos, por no forzarlos desenmascarar el engaño contra el Rey Aquis ni mucho menos pelear contra su propio pueblo. Admiramos a David; bajo la amenaza de ser apedreado, no corre ni pelea, sino busca al Señor. Recordando unos salmos que escribió, tal vez le cantara al Señor, expresando lo oscuro que era la situación, pero se quedó en la presencia de Él, sin entrar en el caos, sin correr detrás de sus mujeres hasta que Dios le dio la paz y el amor que David buscó para continuar. Después de limpiarse la cara, David buscó a Abiatar, el sacerdote, quien siempre los acompañó en batallas y por lo tanto estaba con ellos. Abiatar lleva el efod consigo para que le consulte a Dios para David. Comenzamos con la historia, leyendo qué David le preguntó a Dios.

Señor, ¿qué hago?

I Samuel 30:8: Entonces David consultó al SEÑOR:

—¿Persigo a los que tomaron cautivos a nuestras familias? ¿Podré alcanzarlos?

Él le contestó:

—Persíguelos, que los alcanzarás y rescatarás a las familias.

Persíguelos, que los alcanzarás y rescatarás a las familias

Cuando la reacción más natural sea perseguir a los amalecitas y castigarlos por lo que les hicieron, busca al Señor, algo que no ha hecho mientras vivía en Siclag. Dios le contesta perseguirlos, que los alcanzará y los rescatará. Escuchando eso, David sabe que sus esposas están vivas y que se reunirá con ellas. Si no hubiera consultado a Dios primero, se habría quedado con la angustia, pero ahora tiene toda la razón para alegrarse: ¡Sus mujeres están vivas! David compartió el mensaje de Dios con sus hombres tan listos para apedrearlo y lo creyeron, dejando de una vez por todas cualquier pensamiento de un golpe de estado. Ahora necesitan enfocarse en perseguirlos; la victoria ya es suya.

Después de consultar a Dios, David y sus 600 hombres dejaron las llamas y humo, dirigiéndose al arroyo de Besor, y acamparon allí. Como no habían descansado por días, 200 de los hombres se quedaron cerca del arroyo porque estaban débiles y cansados. Según los expertos bíblicos, en un periodo de tres días, los hombres marcharon unos 75 millas desde Afec a Siclag, y después lamentaron la pérdida de sus familias; así que no eran flojos, sino realmente exhaustos. Los demás 400 hombres continuaron con David para encontrarse con los amalecitas, quizás quejándose de los que se quedaron atrás. Pero fortalecido en el Señor, David no se preocupó por la victoria, podría atacarlos solo y ganar, porque Dios estaba con él.

Un enfermo esclavo egipcio

El texto dice que en el camino, encontraron a un egipcio, y lo llevaron a David. Era débil, casi no levantó la cabeza, se escuchó su respiración. Cuando vieron a los valientes, se asustó y les suplicó no matarlo, era indefenso. David mandó que le dieran algo de comer y beber. Por no comer nada por tres días, estaba hambriento. El texto dice que devoró un pedazo de masa de higos y dos racimos de uvas pasas. Después de comer y recobrar un poco de fuerzas, David se acercó para hablarle. Continuamos con el texto, leyendo la historia de ese egipcio sin nombre.

Dejan al esclavo enfermo a su suerte

I Samuel 30:13-15: David le preguntó al egipcio:

—¿A quién perteneces? ¿De dónde vienes?

El egipcio contestó:

—Soy egipcio, esclavo de un amalecita. Hace tres días me enfermé, y mi amo me abandonó. Habíamos invadido la región del Néguev, donde viven los quereteos. Atacamos el territorio de Judá y de Caleb, y también incendiamos Siclag.

David le dijo al egipcio:

—Guíanos hasta encontrar a esos bandidos.

El egipcio le contestó:

—Lo llevaré, pero jure por Dios que no me matará ni me entregará de nuevo a mi amo.

No me matará ni me entregará de nuevo a mi amo

Antes de encontrarse con el egipcio, parece que los israelitas no saben a ciencia cierta quién sea el responsable por quemar a Siclag, pero el egipcio confirma todo. Parece que el egipcio participó en atacar e incendiar a Siclag, no es inocente. El egipcio no siente ninguna lealtad hacia los amalecitas, mucho menos por su antiguo amo, pero tampoco confía en David y sus hombres, a pesar de alimentarlo. El texto nos da una pista a la mentalidad de los amalecitas: tienen esclavos y cuando ellos se enferman, los dejan a su suerte. Como Saúl en el capítulo anterior, el egipcio usa el nombre de Dios sin creer en Él, sino para mostrar saber de Él. David y sus hombres probablemente hubieran encontrado a los amalecitas sin la ayuda del egipcio, pero los encontraron más rápido con su guía.

El texto dice que el egipcio los guió a donde estaban los amalecitas. El texto nos da lujo de detalle, que los encontraron dispersos por el suelo, comiendo, tomando, festejando su victoria, haciendo alarde de las cosas que habían robado de esos hebreos, incluso esas exóticas mujeres israelitas. Al amanecer, los amalecitas están ebrios, llenos de comida y festejar; la última cosa que esperan es un ataque. El texto dice que David los atacó y los mató, peleando desde el amanecer hasta el anochecer del siguiente día. Tan solo 400 de los amalecitas lograron escapar, montados en camellos. Los israelitas recuperaron a sus esposas, hijos y familiares; también recuperaron a lo que saquearon. El texto dice que no faltaba nada, fue un milagro de veras. Los familiares salieron de sus escondites al saber que los hombres valientes ya habían derrotado a sus secuestradores.

Regresaron al arroyo de Besor, con todos, con sus pertenencias valiosas, con las ovejas y el ganado. Al salir del campo amalecita, dejaron miles de cuerpos pudriéndose, anunciando «¡Este es el botín de David!». Tan solo los reyes tienen botines, así que fue un reconocimiento de su reino que estaba por llegar. Llegaron al arroyo de Besor para recoger a los 200 hombres débiles y cansados. Continuamos con el final de la historia, leyendo la pelea entre los que se fueron a luchar y los que se quedaron.

Había algunos que eran malos y problemáticos

I Samuel 30:22-25: Entre los hombres que habían acompañado a David, había algunos que eran malos y problemáticos, y reclamaron:

—Estos hombres no fueron con nosotros, así que no tenemos por qué compartir el botín con ellos. Que tomen sólo a sus esposas e hijos.

David les dijo:

—No, hermanos míos, no hagan eso. Piensen en lo que el SEÑOR les dio. Él nos permitió derrotar al enemigo que nos atacó. Nadie les hará caso. Todo se repartirá en partes iguales entre los hombres que se quedaron a cuidar de las provisiones y los que fueron a la batalla. 

David estableció esa norma y reglamento en Israel, y así continúa hasta el día de hoy.

David quiere compartir el botín con todos en agradecimiento por lo que El Señor les hizo. Reconoce que los hombres que descansaron tuvieron un papel importante cuidando las provisiones. Si no hubieran recuperado las cosas robadas por los amalecitas, no habrían tenido nada más que estas provisiones. El texto no dice qué aconteció con el egipcio; probablemente David le agradeció por su servicio y lo dejó libre, con la condición de que jamás actuará en contra de los israelitas. Regresaron a Siclag, ahora las llamas bajaron, pero no quedó nada de la ciudad que era. Ya es hora de salir de todas las mentiras enredadas por el territorio filisteo y regresar a casa, a Israel.  En el próximo estudio, Saúl y Jonatán pelearán su última batalla.

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