Saúl vence a los amonitas

La primera batalla de Saúl

En el previo estudio, Samuel ungió a Saúl el primer rey de Israel, el Espíritu de Dios se apoderó de Saúl, y Samuel le presentó al pueblo. En este estudio, un poco después de ser ungido, Saúl enfrentará un reto formidable: los amonitas, una tribu de Canaán feroz y cruel atacará a Israel. Saúl tiene que decidir qué hacer y cómo defender a su pueblo. Es una historia de acción que no vas a querer perder.

Quiero sacarte el ojo derecho

Recordamos que las tribus de Manesés, Gad, y Rubén se establecieron al oriente del río Jordán, lo cual fue una desventaja muy grande cuando se trataba de la protección. Las tribus de Gad y Rubén fueron oprimidas por el rey de los amonitas, Najás; según escolares bíblicos, su nombre significaba serpiente, un nombre apto para un hombre sumamente malvado. A todos los hombres en esas dos tribus, les había sacado el ojo derecho y no les permitió mandar mensajeros al otro lado del Jordán para pedir ayuda. Quitarles el ojo derecho sería una humillación, un anuncio al mundo de que fueran débiles y no pudieron defenderse. En el combate, no tendrían la percepción de la profundidad, así que serían inútiles y no podrían luchar. Sin duda muchos murieron por infecciones y por sangrar. Si les sacaron el ojo derecho a todos los hombres, podemos imaginar que violaron a las mujeres y abusaron a los niños. Los amonitas eran como animales, crueles y malvados, viviendo para los placeres carnales, costara lo que costara.

Pero, había 7000 israelitas que escaparon de los amonitas y se fueron a una ciudad llamada Jabés de Galaad. El texto dice que alrededor de un mes después, el rey Najás descubrió el paradero de los que habían escapado. Desesperados y sabiendo de lo que eran capaces, le pidieron que hiciera un pacto con ellos, y ellos les servirían. Comenzamos con la historia, leyendo como Najás les respondió a la idea de hacer un pacto con ellos.

Sólo si me dejan sacarle el ojo derecho a cada uno

I Samuel 11:2-3: Pero Najás respondió:

—Haré un pacto con ustedes sólo si me dejan sacarle el ojo derecho a cada uno. ¡Así le causaré desgracia a todo Israel!

Los líderes de Jabés le dijeron a Najás:

—Danos siete días para enviar mensajeros por todo Israel. Si nadie viene a ayudarnos, nosotros mismos iremos a ti y nos rendiremos.

¡Así le causaré desgracia a todo Israel!

Qué tipo de pacto sería si a todo costo Najás iba a sacarles el ojo derecho a todos, y medio ciegos, ¿les servirían todos los días de sus miserables vidas? ¡Es increíble que estarían dispuestos a hacer esto! ¿No preferirían la muerte con un poco de dignidad? Más importante que su dignidad, Dios les dijo que no hicieran pactos con otras naciones paganas; vimos cómo Josué hizo un pacto con resultados devastadores. Najás fue claro: odiaba tanto a los israelitas que quería deshonrar a todo Israel con sacarles el ojo derecho. Pero, a pesar de su odio, permitió que mandaran mensajeros por todo Israel, pidiendo ayuda. A lo mejor Najás no creyó que nadie se atreviera a retarlo. Parece que ellos tampoco creyeron que nadie viniera, pero desesperados, mandaron mensajeros en todas direcciones, esperando que este nuevo rey los ayudaría.

Cuando los mensajeros llegaron a donde Saúl vivía, le contaron todos los acontecimientos, y la familia de Saúl lloró. Saúl no estuvo con su familia; estaba arreando a los toros en el campo, una labor difícil, un trabajo para un hombre joven y fuerte, ¿pero era trabajo para un rey? Como acabo de ser ungido, regresó a su vida normal; no sabía qué hacer como rey, pero como agricultor, sabía que había animales que necesitaban de sus cuidados. Al regresar a su tienda, Saúl los vio llorar y preguntó qué les pasó. Cuando Saúl supo lo que Najás hizo, tuvo una reacción distinta a la de su familia. Continuamos con la historia, leyendo la reacción de Saúl.

El Espíritu de Dios se apoderó de él

I Samuel 11:6-7: Al escucharlos, el Espíritu de Dios se apoderó de él con gran poder. Con furia tomó dos toros y los descuartizó. Luego les dio los pedazos a los mensajeros y les ordenó que los llevaran por toda la tierra de Israel y que le diera el siguiente mensaje al pueblo: «¡A todo el que no salga para unirse a Saúl y a Samuel, le pasará lo mismo que a estos toros!»

El temor del SEÑOR se apoderó del pueblo y todos se unieron. 

Únete o muérete

Estos versículos nos dan una mirada al corazón de Dios: el Espíritu de Dios se apoderó de él y con furia, con una fuerza sobrehumana, Saúl descuartizó a dos toros. Antes que esto, Israel había experimentado muchos años de paz y no tenía un ejército organizado y oficial. Con este acto, Saúl reclutó un ejército digno del pueblo. Saúl iba a necesitar esta fuerza sobrehumana para derrotar a Najás, un ser poco humano. Notamos que Saúl vio a Samuel como igual de importante en su victoria: hay que unirse a Saúl y a Samuel.

Apuradísimos, los mensajeros llevaron las carcasas por todo Israel; asustados, todos los con edad para luchar se unieron al nuevo ejército de Saúl. No sabemos si Saúl ni ninguno de los integrantes del ejército tuvieran algún entrenamiento militar; por los años de paz y el estado del ejército, probablemente no. Pero Dios no necesitaba a hombres entrenados sino hombres obedientes.

El texto dice que ese día Saúl reclutó un ejército de 330000 hombres. Saúl mandó mensajeros a Jabés, para pacificar a los que estuvieron allí. Continuamos la historia leyendo el mensaje de Saúl para los Jabés.

Para mañana a mediodía estarán libres

I Samuel 11:9-11:…«Díganle a la gente de Jabés de Galaad que para mañana a mediodía estarán libres». Los mensajeros llevaron el mensaje de Saúl al pueblo de Jabés y todos se alegraron mucho. Entonces los habitantes de Jabés le dijeron a Najás: «Mañana nos rendiremos y podrá hacer lo que quiera con nosotros».

Al día siguiente, antes del amanecer, Saúl dividió a sus hombres en tres grupos e invadieron el campamento de los amonitas mientras cambiaban de guardia. Antes del mediodía, habían derrotado a los amonitas. Los soldados amonitas corrían por todos lados, quedando completamente dispersos. 

Antes del mediodía, habían derrotado a los amonitas

Al recibir el mensaje de Saúl, los de Jabés lo creyeron, aun sin saber cómo este nuevo rey sin entrenamiento militar iba a rescatarlos. En su alegría, fueron al malvado Najás, engañándole que se rendirán el próximo día, para que no tuviera idea de que el nuevo ejército israelita estaba en camino. Saúl dividió al ejército en tres grupos, cada uno de unos 110000 hombres. No sabemos cuántos amonitas había, pero no importó cuántos había, los israelitas tuvieron El Espíritu de Dios con ellos. Si lo pensamos bien, aun si tuviera más soldados, la mayoría fueron recién reclutados, sin ningún entrenamiento ni armas; era Dios y no ellos quien ganó la batalla. Saúl les había prometido a los de Jabés estar libres al mediodía; antes del mediodía, habían derrotado a los amonitas. Las tribus de Gad y Rubén por fin pudieron comenzar a sanar. No podrían recuperar la vista, pero por lo menos nadie más sufriría.

En el estudio previo, había unos hombres que dudaron en la habilidad de Saúl de ser su rey. Terminamos este estudio leyendo cómo la opinión de Saúl cambió al ganar esta batalla.

¿Dónde están los que no querían que Saúl nos gobernara?

I Samuel 11:12-13: Luego el pueblo le dijo a Samuel:

—¿Dónde están los que no querían que Saúl nos gobernara? ¡Tráiganlos para matarlos!

Pero Saúl dijo:

—¡No! No maten a nadie hoy que el SEÑOR ha liberado a Israel.

No maten a nadie hoy

Vemos que después de matar a tantos amonitas, quisieron seguir la matanza, pero con su propia gente, exterminando a los que no estaban a favor de que un granjero alto y guapo fuera el rey. Pero Saúl los entendió; quizás con esta victoria, esperó ganarse la confianza. Después de la victoria, fueron a Guilgal para confirmar a Saúl como rey, presentando sacrificios al Señor por la victoria, y celebrando en grande. Fue un día increíble e inolvidable. Israel por fin tuvo el rey que tanto deseaba, y este rey iba a defenderlos. Pero ¿El reinado de Saúl seguirá igual de feliz y cercano a Dios?

En el próximo estudio, Samuel se despedirá del pueblo como su jefe y juez.

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